Los humanos, ¿son violentos? No, se pueden comportar violentamente.

Al igual que se pueden comportar pacíficamente. Los seres humanos no son “violentos” ni “pacíficos” por naturaleza. En la naturaleza de los humanos, por obra de la evolución filogenética y ontogenética, coexisten capacidades, recursos y mecanismos que le permiten comportarse violentamente cuando así lo deciden. Los humanos no son autómatas con un único mecanismo o registro de conducta. No se conducen determinados para actuar por una única manera de sentir, pensar y actuar, y en cualquier situación. Antes al contrario, los seres humanos pueden actuar de muchas formas, comportarse incluso de maneras muy contradictorias y antagónicas. Es cierto que están limitados a un repertorio conductual propio de los humanos, que no es precisamente limitado si, por ejemplo lo comparamos con el repertorio conductual de un molusco como la “aplysia”. Si la conducta de los humanos es “automática, repetitiva y no flexible” pensamos que ese individuo está enfermo o afectado por alguna grave patología mental. El comportamiento y la psicología de los humanos, como casi la de todos los organismos superiores, son muy complejos. La conducta tiene los determinantes proximales en las disposiciones del sujeto, en su historia biográfica y en la situación, y de manera específica en la decisión del sujeto a actuar.

La conducta es violenta, las personas no. Las personas que llamamos de forma habitual “violentas” son aquellas que por la cronicidad, habitualidad de su comportamiento violento y sus disposiciones a realizarlo merecen este adjetivo. A este calificativo de le añaden otros como peligroso, agresivo, brutal, destructivo o criminal. Cualquier persona calificada de violenta, exceptuando algunos casos (por ejemplo, psicopatías con comorbilidad psiquiátrica grave), tiene también en su repertorio de comportamientos, sentimientos y pensamientos y otros elementos no-violentos.

Los descubrimientos de la neurociencia sobre los mecanismos cerebrales de la violencia, el altruismo o la moralidad aparecen con frecuencia en los medios profesionales y de divulgación proponiendo la determinación biológica de la violencia. Ciertos mecanismos cerebrales, relacionados con las emociones, con la “moral” y los sentimientos se relacionan experimentalmente con comportamientos agresivos y violentos.

A su vez, casi simultáneamente, otros estudiosos de la psicología humana de raíz más idealista y especulativa, como son los psicoanalistas, nos hacen mención a la estructura psicológica como matriz de la perversión y los instintos destructivos. Los psicoanalistas, a pesar de los años y los avances científicos del siglo XX, siguen describiendo la pulsión de muerte (en conflicto con la pulsión de vida) como el mecanismo también instintivo que lleva al humano a la violencia.

Ambos enfoques coinciden en “descubrir” la naturaleza violenta de los humanos. La clave la tienen los instintos: para unos mecanismos fisiológico-cerebrales y para los otros supuestos mecanismos mentales inmateriales.

Es hora de avanzar: olvidar el concepto de instinto y, sobre todo, superar las propuestas filosóficas de Hobbes y también las de Rousseau que a efectos de la violencia, a pesar de ser antagónicas, tienen la misma forma de considerar la naturaleza humana como algo invariante para los individuos, ambas son pre-darwinianas con lo que esto significa (que quizás tratemos en alguno otro comentario en el blog). La naturaleza humana se caracteriza por la variabilidad interindividual con la cual se constituyen de forma única y para cada individuo, los elementos básicos de la especie “homo sapiens”. Esta variabilidad es tan grande en los humanos que admiten interpretaciones de tipo dicotómico: violentos/pacíficos o egoístas/altruistas, etc… pero los individuos “prototipo” de aquellas categorías solo son los extremos (raros) de la distribución normal de estos rasgos.

Los “instintos”, mecanismos tan recurridos cuando queremos explicar aquello que nos caracteriza desde muy pequeños (innato) y frente a otras especies son conceptos obsoletos. Los trabajos de los etólogos europeos, K.Lorenz y N.Tinbergen dejaron claro que los instintos son respuestas fijas especie-específicas que se elicitan por estímulos signo a los que se han asociado a lo largo de la evolución de la especie. Que la conducta especie-especifica se compone de cadenas de respuesta que están pre-programadas para ejecutarse en un contexto de relaciones determinado. No son conceptos útiles para comprender la complejidad del comportamiento en los organismos superiores. Las conductas complejas todas ellas se adquieren por interacción con el medio a lo largo del desarrollo de los individuos. Estos aprendizajes dependen de la capacidad y maduración del individuo y sus experiencias con el entorno (interpersonal y cultural en la mayoría de primates y mamíferos sociales). De ambos factores. Los humanos no tenemos instintos violentos, disponemos de recursos cognitivos, emocionales y conductuales que nos permiten ejercer acciones violentas que tienen la finalidad de dañar a otros, someterlos u obtener beneficios en situaciones de conflicto. Estas conductas son flexibles, intencionadas, complejas y modulables: nada que ver con los “patrones fijos de conducta” como K. Lorenz denominaba a las respuestas “instintivas”.

Dice Pinker (2003), en una frase con la que quiero acabar este comentario, “con la violencia el problema es la naturaleza humana, pero en ella también se encuentra la solución a misma”.